Yo me abrí a ti como un columpio roto.
Yo calculé el sonido de las palabras pero
no su eco, yo elegí la duda de un tren, la noche,
los ojos blancos de la esperanza. Qué dirá
la armonía del misterio, qué la luz que indaga
hacia lo oscuro con la inmadurez de los silencios.
Te escribí al hablar, quería una historia sin reflejos
en el párpado incandescente de la eternidad. Hoy
recuerdo los laberintos de las palabras amigas
como un enjambre de mariposas en la dulce
quietud de lo efímero. Y no sufro porque
con los años todos los dioses son uno,
todas las mujeres un adjetivo de curvas
álgidas hacia lo invisible, hacia ti que ya
no eres, hacia mí que ya no existo.
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