En qué territorio se escriben los versos de la noche.
El primer recuerdo es el último
porque se fingen historias,
se enlazan laberintos,
las palabras retumban como ecos sin futuro.
No hay un nombre dentro del mar,
solo la burbuja del instante que lame la quietud
con la lengua bífida de la serpiente.
Un hogar sin el fondo inmóvil de las fotografías,
la lluvia que regresa en los meses de otoño,
la costumbre de los cruces
cuando los cuerpos se olvidan de su ayer
y son lobos sin alma.
Me nombro en la perdida,
sufro la argucia de los hilos invisibles
o el gong del reloj acostumbrado al sol
y no a la nostalgia.
Vivo en los pasos que no dí,
en las dudas que flotan en vasos de ginebra
mientras se engarzan las historias,
las mentiras y el silencio.
Nada que no sea común a las lágrimas del tiempo,
nada que no irrite los conciliábulos amargos de una doctrina
que esculpe sus ritos en las horas de la penumbra.
Lejos del misterio de volverse uno,
de ser uno con las imágenes que marcan la piel
entre los gritos de la nieve,
tan ausentes como este pensamiento
que revive la metamorfosis de una esperanza
en fantasías de mármol.
Hogueras que no iluminan la oscura magia de una evocación tardía.
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