La risa, la risa y la inocencia de aquel abril en los ojos de la maldad,
su acento de águilas, su veneno frágil en mi cenit. Esos ríos que van
por dentro conocen tinieblas, acantilados rojos donde vive la sed del olvido.
No es aquí su puerto, en mi carne, mi recuerdo, el ancla que persiste en su afán
de ver noche, abismos que son raíz, puente de mi existencia. Callaron necesidad
los años vírgenes hasta que un sol encendió el camino con las alas del viento
nuevo. Que no sea mi ejemplo la cicatriz que ahoga el manantial, otros surcos
bendijeron el agua que corre simple hasta el ojo blanco del mar, su seno
que no cesa de recibir flor, su voz que brilla igual que un murmullo de plenitud.
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