sábado, 6 de agosto de 2016
Orfeo o la inutilidad de la música
¿De qué sirve el canto si un alma no escucha?
Campos que amanecen vírgenes mientras la lira
convoca al dulzor, al éxtasis y al olvido. Tú, Eurídice,
no sabes caminar porque te elevas sobre los ríos,
las fuentes, los almendros, con la transparencia
de una diosa. Ven, que no sea la noche una miríada
de estrellas, que la armonía penetre en ti como un sátiro
sin excusas, como un sol salvaje. Algunas veces juegas
en un jardín amargo, sin la protección de las esferas celestes,
sin que mi música cubra tu cuerpo de niña. Hay maldad
en el surco que la serpiente va dejando, se aproxima como
un veneno que necesita dueña, te muerde con su yugo
infame... Has muerto, así, igual que un rayo en la densidad
del ocaso. Lloran los ojos, gimen los cánticos por rescatar
tu pálido gesto. Sígueme entre el hedor de esta laguna insana,
mi promesa son dos leones ciegos que suspiran por tu imagen
sin heridas. Volver el rostro en el laberinto que mata, ¡no puedo,
no puedo sostener la pasión con los hilos del tiempo!. Te has ido,
solo queda una flauta entre los árboles, lo que vendrá es la muerte
que ya no vengará la luz.
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