lunes, 29 de agosto de 2016

Un ejercicio de nostalgia

Ya he vivido este instante sin hojas.

La musculatura del tiempo se vuelve elástica
cuando la memoria busca un ancla, un oasis,
un púlpito al que volver.

Me pueden los dinosaurios que transitan lentos
en los monólogos de la luz.

He visto playas sin banderas,
plazas completamente grises
bajo un manto de preguntas
en cualquier fecha o estación.

La mirada regresa al ayer
como el eco de un grito en la noche de las noches
o el susurro blanco de las palomas
en el invierno de la inexactitud.

La vida crea atmósferas sin resplandor,
su lluvia es breve porque al darnos cuenta de la sombra
ya somos flor caída, trébol amargo del azar.

Mi yo quiere racimos perennes,
aunque sea el artificio su médula.

Quiere el mar donde habite el mar,
el viento y su eternidad de bocas o aullido,
de lobos hambrientos en cruces sin alma.

Es poco lo que pido, una calle blanca,
limpia, donde mis huellas me nombren,
un latido acompasado
que brille en los cristales,
una herida que fluya en mí
igual que los rostros o las palabras
de los días mudos.

Cuando los años se escuchan en los años
un ejército bravío enloquece,
son los espejos que me miran,
mi juventud que habla,
la infancia en las fotos que acarician mis manos,
ese vivo gesto de los duendes
antes de que duerma el hoy
en las almohadas del olvido.






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