Yo me la tragué porque desconocía su dominio,
el ángel que despliega sus alas inmortales.
Como un río,
como otro río que añora un cauce
comprendí su atmósfera, su nido y su flor.
Pero no quise que la razón golpeara los sueños
ni el resplandor de un grito me devolviera a la noche.
Vive en mí su latido como una hembra loca,
se multiplica su instante
aunque detrás de mis párpados
nadie vea su estallido.
Me conmueve el rocío de la tarde,
tu sonrisa y tu gesto de ave
perdida.
En la artificiosidad de un film
reconozco mis cicatrices,
la historia de un niño que llora en una esquina
sin comprender la injusticia del mundo.
Doy gracias porque en sus racimos
yo encuentro mi sentir,
cada vida, cada ser,
cada ocaso que muere y no muere
son la anilla que me ata a la plenitud
para que el sentido de las cosas
me devuelva unas coordenadas de luz,
un motivo para quererte.
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