Esa gota, esa gota que una vez gobernó la sangre.
La felicidad se escapa como un renacuajo entre
los dedos, su memoria, en cambio, es un oasis
junto a los párpados del azar, un caracol que
nunca envejece. Recuerdo un balón perdido
entre la algarabía, recuerdo las olas amables
del verano, la falda de María cuando el aire
buscaba una sonrisa imposible entre sus piernas.
Algo pasa, breve, silencioso, casi como el eco
de un fantasma: ahí está la magia de esa efigie
redonda que llamamos éxtasis, imagen que se
agota al preguntarnos por su ser. Hay en el diamante
del sueño una conquista de ángeles sin luz que no
pregunta por la sinrazón de las flores, ni por la danza
alegre de una madre en cualquier portal de cualquier
ciudad. Es suficiente con que un suspiro se encienda
entre las vértebras, pasajero, frágil, para presentir
que no existe otra eternidad que no sea este latido
que se va, se va y se va...
Es necesario ser felices.
ResponderEliminarPorque sí.
Un beso.
Y qué difícil es. Besos, amiga.
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