Qué curiosa la llama de abril.
Su cuerpo no perdona el candor,
su cuerpo se viste con rayas ambiguas
como una bandera sin nación.
¿Cómo podré evitar la luz que me atrae,
cómo no transigir con la piel que me roza
y deja su huella de mar hostil en mi orilla?
Y de nuevo los pasos,
la alegría de una voz
que se engarza con lo que no digo
en este paisaje de sombras,
en la efímera secuencia de un reloj.
Todo lo transitorio exhibe una herida blanca
que cuelga del presente
y no permite que las golondrinas
se dibujen en los cielos del porvenir,
tras la nostalgia o la simple cicatriz de un deseo,
en la finitud de un hoy
que no adivina los espejismos que ya no son
ni serán.
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