Una vez vi tu extremidad de niño alegre
concebir un juego, una máscara, el futuro.
Así es la verdad, no llama a duendes
ejecuta el canto de un ángel mudo,
se divide en labios,
habla como un sonámbulo
de sus cosas en flor.
En la costumbre de un ser o no ser
valen más las horas que se habitan,
un laberinto que solo su dueño conoce.
Me busco en la sed de tus mentiras,
un columpio sin regreso,
la oscura tentación del abismo.
Si quieres que la negritud sea un manto,
arroja la palabra imperfecta
en la ternura de lo cotidiano.
No existen reflejos
que amamanten el absurdo silencio de la culpa.
Comprende que sobrevive en ti un dios diminuto
que es paso,
una luz que aún no has visto
pero que te posee como un ejército de serpentinas
que abrirán tus ojos a un mañana
que se dibuja en mí para poblarte
con el don de la dignidad
que empieza a asomar en tu noche.
Gracias, Amapola. Besos.
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