Te doy otra vida que no vivimos.
Eras ángel de madrugada a mi lado,voz de mi voz, un sur en mi norte.
En otro lugar te rompías como una lluvia alegre sobre mis hombros,
dejabas aljibes de agua en mi carne,
perlas fugitivas que morían al sol
como enigmas de luna.
Te hablé de las atmósferas del humo,
sorbí de tu mismo vaso el licor impronunciable,
besé la nube escarlata que dormía en tu seno
como un amanecer quimérico.
Inventé un eclipse
sobre tu piel blanquecina
para que nadie viera el fulgor de tu tez.
Clandestinamente, desnudaste mi razón.
Descubrí en tus pasos un águila callada
que ancló sus uñas en la noche,
reconocí en un concierto de música tu sombra,
en el bar de mis soliloquios tu húmeda sed,
en la oquedad de la habitación tu vientre de fruta fresca.
El rubor de tus pechos inventó islas o paraísos,
deslices de luciérnaga en el arrabal de mi memoria.
Y, al fin, construimos un escenario feliz donde la primavera de un hijo
creció bajo la nebulosa de los segundos que pasan.
Carne y ardid en la aventura de ser.
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