En un abrazo de lentitud
dos almas regresan al corazón del tiempo.
Volamos sobre cenizas de cristal,
en un arco iris, en la nave de oro
de las ráfagas que agitan el aire,
nosotros arcángeles proscritos,
luna del revés entre las sombras.
Volvimos a los viajes como norias de vida,
al agua clara de las fuentes,
a la arena dócil de las playas del sur,
al rostro de las ciudades que son ríos cómplices
y caricias de mar.
Sobrescribir en los rótulos de hotel misivas felices,
habitaciones de luz ámbar,
duchas de lluvia tenue en las pieles
que se reconocen al asirse
como muérdago en la sed de la roca.
Y, tú, luna gris en la memoria,
lejos la penitencia del grito en su desorden arcano,
sentir el yugo amable de los pechos,
roídos por la noche de los relojes homicidas,
volver al músculo del éxtasis con el trino del
ruiseñor en los párpados,
sentir otra nube roja en el aliento con caballitos de
mar en las axilas.
Te abarco con mi proa azul y escucho en las cortinas
del recuerdo
la fugaz ideología de las casas que nunca fueron
nuestras,
el pálpito de la alondra al nacer de tu vientre la
razón y el olvido,
los ojos oscuros que los años tejen como una
cordillera de huesos amargos.
Tú ya sabes dónde un hogar es un fénix que mana,
en la cartografía de la luz dos sombras iluminan la
edad,
son flores negras que se han vuelto púrpura,
rojas como lava de un volcán renacido.
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