Antes de ser sombra ya oías mi latido.
Los pensamientos eligen soles imberbes,
huellas sin pasado, ejércitos que sucumben
al deseo. Tus rodillas y el canto gris de la rosa
aleve. Basta la flor en la palabra, el trino dulce
y sonoro de la noche, el rebumbio que, de pronto,
halla un cauce común y no duda. Luces, torpeza
en los labios, el aire que invita a la música
con el idioma claro del futuro. Son las naves
del tiempo como un río que no cesa, son
los meteoros de las ciudades un código
que juntos comprendemos, y fluye la raíz,
ahíta el agua de la primavera, y un gong
rescata las últimas preguntas que respondió
un silencio táctil. ¿En qué espejo la candidez
absorta de tu piel, allí donde las alas crecen
y los mitos comienzan a dibujar la dulzura
de tu seno? Dame el abrazo de la nocturnidad
porque soy el lince que vigila tu ansia,
la red inhóspita de tu ayer, la materia
que el delirio esculpe con la desesperación
tranquila de las cadenas amantes.
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