Ay! de aquel tiempo de las cerezas dormidas
al sol. Ríos de septiembre profundos tras el brío
de los corazones álgidos, el perfume de las gramíneas
en tu cuello, la sombra de la infinita estatua cuando
los cuerpos desoyen sin querer. Y el caparazón
de las horas huecas, la quietud invisible del silencio,
el ángel que asusta, las rosas y el dulzor de un aire
ambiguo. Tan solo el camino bajo la multitud de la piedra,
esos rostros que hieren las terrazas, un cenit que invade
las calles y se hace rumor o serpentina. Alcanzar la huella
que dejé ayer, silbar al unísono de las palomas, encender
un cigarrillo que desnude el aire, dibujar la latitud
hasta no volver al recuerdo ni a la caricia.
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