Le hablo al que no soy
desde el maquillaje
de un hombre enfebrecido.
La tabla de la vida
guarda muescas de dolor
y es invencible el crepúsculo
que asoma.
Desde el príncipe azul
hasta el paso vacilante del anciano,
desde la multiplicidad de los caminos
a la angosta senda que recorro
sin ningún ardid.
Vertebran las heridas un mapamundi abstracto
-así los trayectos, nunca decididos
y las mariposas en las ramas
y el púlpito de las doctrinas
con las monedas tintineando
como flores de metal-.
¿A qué edad muere un sueño,
dónde el color perdió su nube,
su lirio,
su alegría?
Demasiado tarde para la duda,
hoy el sol es un suburbio de grises añoranzas
con las guedejas adormecidas
entre magnolios de rubor.
Ya no recuerdo la levedad del tiempo,
ni el sonido de la luz,
ni el incendio que surge de un roce
al bies de los pechos,
o bajo las caderas que surcan los mares del infinito
y no retornan, jamás retornan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario