Un arrobo de calles no basta. El incienso
de un relámpago indica la hora y el lugar
del amanecer. Así, en mi boca la herida
de un beso, el calambre de la luz
que aún parpadea, los pasos sobre
las losas frías del edén. La mañana
crea un sol gris, llueve sin llover,
la humedad sonríe acostumbrada
a los cauces, al lamento de los tejados,
al río que nace en mí y muere en mí,
a este rumor de cañerías que me
persigue como cien mil gotas amantes.
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