En su plenitud los cuerpos engendran un sol.
Los años son muescas sin resplandor,
ríos que pronuncian un adiós lento
de despedida.
El ascua no muere, se transmuta,
elige la sombra del destino
y así el cauce de la vida impone su caudal.
Tanta agua y un solo misterio,
la raíz sobrevive como una bandera
y la apariencia del sexo es el sexo.
Ocupar el mismo espacio cada noche,
compartir la nieve y la alegría
que de pronto resurge,
atisbar lo que no fuimos en la senda del hijo,
rememorar el recuerdo en la luz impertérrita,
sentir el don del crepúsculo
con sus rosas efímeras
y el cielo azul de la memoria
encendido en las entrañas.
Ser feliz no cuesta nada
solo la tenacidad
escribe alientos de ternura en los corazones ya viejos,
ya heridos, ya abrazados
a la isla de un tiempo que hoy nos niega.
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