Me pudo tu carne abierta colmando la tela ocre.
La perfección de un cuerpo
cría ventosas de alabanza,
círculos concéntricos de inmanente luz,
espadas que penetran los istmos húmedos
de una flor tibia.
Y así para siempre
el vicio de la lubricidad llama a los días
y festeja el soliloquio de un índice
que se demora en el resplandor
de tu piel aceitada.
De pronto las petunias álgidas
alimentan el aroma fértil de un pecho
y reluce el pasado y su altivez
como un caleidoscopio
en tu oscura areola.
Bajemos a las orillas del abismo
con los faros del insomnio en las venas,
la noche será tacto alegre
que habite el canesú de tu ojal,
aún incólume, aún vivo
en el éxtasis de los cometas
que habitan mi lengua.
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