Todo es tan blanco como un latido.
El respirar un reloj sin querer,
la suavidad del alba en mi sábana,
un gramo de luz en la frente,
la gracia del visillo como un beso diurno.
De pronto mis alas vuelan suavemente
sobre la habitación en penumbra,
el espejo que lloró la ausencia del hada
se borra y no me mira.
Han sonreído las paredes de dibujos sin sol,
mi luz es mi luz porque no pregunta por el sueño.
Me levanto y soy cisne,
me incorporo con la sangre enhiesta,
con la humildad del niño.
Y quedan atrás los recuerdos imposibles,
la maldad con sus látigos
que solo son presente en fuga,
la inocencia como un ángel
que se incorpora sobre mí,
el peso de este día
que quisiera negar mi infinita alegría de ser
y no puede.
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