Si los espejos me quieren a mí
que sufran de ausencia.
El pasillo no tiene fin
ni las ventanas asoman a la luz
hartas ya del verano.
Mis cosas y yo
comprendemos la soledad,
el silencio que dibuja paraísos en los cuadros,
las mariposas que persiguen el cenit
antes de la muerte ciega.
Yo vivo aquí
y es mi hogar una latitud desconocida,
un misterio inalcanzable.
Cada día huye de su nombre
y deja huellas,
telarañas,
rastros de hedor en los visillos.
Me dirás que no tengo futuro
y yo te diré que sí,
el tiempo es un columpio,
una flor, una aventura
que todas las primaveras
florece.
Me desnudo para ser el águila
que parte
hacia las nubes
o hacia el increíble horizonte
que tan a menudo sueño
entre las paredes abiertas al confín
de este suburbio en llamas.
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