Al mar se llega desde un nombre. Se abre la voz
contra las olas y la mirada elige un cuerpo
entre otros cuerpos, grácil en su adiós de pájaro
que sueña islas solitarias donde espantar la luz,
playas infantiles de blancura hostil, tiburones mansos
como delfines ciegos que escucharan el latido de las sirenas,
un rumor de peces azules que viajasen hacia los faros
confundidos por el haz de una señal suicida. Y se va,
ese cuerpo se va, se esconde entre los acantilados,
se hunden sus pies en el agua salina de las charcas,
en el caparazón frío de los moluscos y ya es olvido,
un aire sin memoria que te nombra sin nombrarte,
un rastro que deja entre las algas el vértigo de tu piel,
la frescura de tu joven risa inacabada.
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