Así en los símbolos al trasluz
se escriben metáforas de vida invisibles,
ecos que naufragan en el hoy
como huellas que mienten.
La voz es un gimnasta amargo,
las pestañas, el giro unívoco de los dedos,
el torso que alza su verdad y conmueve,
la mansedumbre de la palabra
que habita los segundos con máscaras y artificios
sin una raíz ni un músculo que abrace.
Estoy acostumbrado a la virtud oral
que envilece los mapas como humo frágil
o urbanidad fría
o educación que confunde un sentimiento
con la pluma que se eleva por no caer
entre las hojas húmedas
del árbol estéril.
Permite que la insolencia de esta añoranza
aún te vista con la atmósfera de los ríos impronunciables,
el lúcido ajedrez
donde una vez fui rey de sombras
bajo tus nalgas que se abrían como un cáliz
o un misterio.
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