De pronto somos lo inevitable, palabras que se engarzan
en un enero perdido. Apetece el refugio de un café, el misterio
de sentir tu cuerpo que escribe en la luz el soliloquio póstumo.
Pasará la noche con sus ángeles sin rostro, vendrá el mañana
con la raíz de la costumbre y los compromisos heredados.
Quizá el miedo- o la simpleza de conocer la orilla de un desliz,
la modulación de las frases, el eclipse de un hechizo acobardado-
rompa al fin la esperanza del para siempre. Como en un espejo
te veo marchar hacia el adiós y no digo nada.
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