Aquí en mi piel hay habitaciones en sombra,
escucho el infantil crujido de un colchón gastado
y dejo que parpadeé el sol de cada día en las paredes,
en el vértigo de las lámparas,
en el polvo estéril del silencio
que fluye hasta ti como un rocío de ángel.
Y continúa en el salón
que es un ventrículo
que bombea la luz hacia mí
y mi despertar blanco.
Hoy pienso en el misterio que recubría las caobas del dosel,
en la vieja cómoda de pino, los esmaltes y las arañas,
el hombre de noche que sucedía a la noche
y esa atmósfera donde vibraba la claridad
como un latido sin voz.
Todas las casas se vuelven igual que girasoles
hacia la bienvenida del albor,
así mi corazón se viste con las guirnaldas sencillas
de un sol que llega hasta mí
con su alfombra dormida,
su diapasón incandescente
o su réplica al por qué no intento disfrutar
de los minutos en que me abraza la luz
como una madre infinita.
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