El tren bajo el invierno crece.
Una similitud de copos no escribe el ayer,
solo redondea la noche
y su ejército de luciérnagas.
El silencio, sí,
el silencio es un dogma que se recita en las farolas
como el adiós de un viento inexistente.
No hay dudas
cuando un ojo revienta la piedad de las islas
y ya son sueños las horas
y el mercurio anuncia las destemplanza
de una madrugada que no se siente.
Un silbido, la memoria de los arboles,
la infinitud de un cielo abstracto,
mil panteras que comen de mi carne herida.
¿Y tu voz?¿vendrá, otra vez, a escuchar mi muerte,
o el diálogo será un cruce de rodillas
en el esmalte de unos ojos nunca pintados?.
El vagón te ampara,
lees un libro o quizá rememoras la ausencia
de no ser tú.
Yo callo con mis uñas alegres
que rozan la materia de un asiento carcomido
por la ceniza de cigarrillos fósiles.
El espectro que dejó su huella en el estampado azul
se escarcha.
Si miras o me miras
encontrarás la clave de un silencio de flores,
algo que en el fondo de tu iris se anuncia
como el lúpulo en la mañana
como mi yo cuando te siento.
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