Retornas con el tren como un mensaje roto.
Enseñas la máscara de un libro, la piedad
del cristal, la luz amarga. Como una invitación
al olvido bajas los peldaños del silencio. Afuera
llueven pájaros, adentro la armonía crece antes
de que la voz susurre un nombre. El temblor
se acicala en los poros lúbricos, la certidumbre
se entristece con el relámpago, la nuca agita
su latitud como un faro ambiguo. Nos debemos
un café o quizá cien palabras perdidas. En el oasis
de la medianoche los cuervos y su círculo blanco.
Habrá rosas que no nazcan, rubís que se astillen,
la desazón que sobrevive al misterio de no ser ya
nosotros.
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