Aquí, en el espacio mínimo que nos contempla,
en la bombilla insensata,
en el sudor del cristal,
en cada paso sobre mí,
en la desnudez de un reloj que no me sorprende
está tu incansable amor a los sueños y a tu ser:
un don que escribe en el día mariposas
y deja un hálito de nieve en la memoria.
Tú no sabes-la primavera te viste con tirabuzones rubios
y enigmas sin interrogación-
que la armonía de los pájaros
se escribe en un cielo sin panteras,
amable como un jardín arcano,
imberbe como el tañido de la rendición
que subyuga a los gusanos infantiles.
Te veo y te admiro, reflejada en ti,
sobre un dintel que no cesa de añorar
los ojos abstractos de un cuadro desvaído;
el de tus incendios, el que apenas muere,
el anzuelo que un progenitor abandona en tu lágrima
sin esperar razón, ni llama ni aventura.
Y volarás para mí en el día perpetuo,
en el cristal que tantas veces te negó,
en el astro que te bendice,
en la historia que no construimos
bajo el cascabel de un solo eco,
un solo corazón de medianoche.
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