jueves, 23 de junio de 2016

Todavía, ayer

El mundo fue grande en esta habitación tan clara.

Los omnívoros tejados
ya no se pueblan de palomas,
su color rojo invita a la calidez y al sosiego.

Ayer, la noche y su eternidad cubrieron mi piel,
el brillo de las copas, las frases inacabadas,
la música como un sueño leve.

Y tú en la infantil lejanía de un murmullo,
con el perfil de tu cuerpo dibujado en la pared
y un mañana que se escribe sin palabras
entre la simpatía y la duda.

No estoy, si al estar se le llama acto,
porque seguimos en el tren oscuro de los lunes
cuando el viaje es una promesa de sabor y cántico,
de unión y azúcar
en los dedos de un café
que se demora.

Todo es verde bajo los latidos de la luz,
afuera ya no atisban los buitres de la noche,
sin ti el paraíso se tizna de negritud y silencio.

Hay muchos modos de morir sin morir:
tu mirada oblicua que observa el espejo
donde habita mi espalda,
la herida de una promesa sin alas,
el escote que cubres con tus manos traslúcidas.

Miro en el fondo de esta copa para encontrar mi rostro
porque sé que en la cicatríz de los hielos existe un perdón
o quizá una excusa para vivir un minuto y un minuto más
hasta ser el delirio de un instante.

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