El orden limpio, 
el sosiego blanco que mece las sábanas. 
El sonido de la luz en todas las mañanas sin luz, 
el olor del pan después de tu nuca, 
las palabras apenas musitadas 
que caen sobre el mantel ribeteado. 
Mi voz y mis ojos 
aman el despertar de un lunes
cuando en la lejanía se enciende el sol 
sobre un mar brillante 
y yo siento como tu cansancio se posa en la almohada 
y un aire vago se cuela por las rendijas 
de una celosía fundida por los rayos de agosto. 
Hay minutos en que los ángeles duermen 
como niños traviesos, sus alas ponen sombra al día, 
su respirar unísono es blando 
como el algodón del paraíso. 
Quedémonos así, 
que mi rostro no me pertenezca, 
que su imagen pueble el cristal, 
que viva en él como una isla sin tiempo. 
Quedémonos así, 
tú que aún buscas un unicornio oscuro, 
yo que he dejado de ser melancolía
y ahora soy una luz que viaja 
en ti, en tu noche.
 
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