¿Cuál es su color? ¿amarillo, verde, azul?
No,
su músculo está frío como un herida,
no llora, no reconoce el impulso
que ciego
intenta el abrazo.
¿Y la palabra, o los ojos
que son una desviación del presente
o el osario de ciertas vírgenes
que aún buscan el delirio?
Mi memoria languidece,
halla gestos que atisban la infancia,
cangilones que suenan como máscaras en el día roto.
Yo pensé que tú entenderías el invierno,
te supera el paisaje del granito,
te duele un microscopio sin raíz
en las preguntas que vendrán.
Es fácil entender
que lo dicho es sinrazón en las ojeras del cansancio.
Mi voz quiere descubrir una frase que tú puedas acabar
como presagio de futuro en una caricia ausente.
¿Amanecerá, igual que una locura, tu mensaje en el mio,
una identidad que trote al unísono
como una campana sin ayer?
En una estación perdida los raíles no engarzaron la sintaxis del tiempo,
que nazca en mi oración esa desnuda majestad donde tú y yo seamos filo,
la indeterminada aparición de un cuerpo sobre otro
en su longilínea exactitud, en su caída.
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