No importa la edad, sí
el recuerdo.
La playa fría, el mar de cristal,
mis pasos sin retorno
entre las algas verdes.
Ya no soy el de ayer
sumergido en la ciudad desconocida,
ni seré el de mañana
abrazado por tu isla.
Hoy el silencio es amargura,
sombra en el dique,
oleaje sin patria.
Tengo un nombre,
me digo,
un pasado que huye
con los oídos en cruz.
Huele el mar
a tu cuerpo de sal
y yo no sé decir
porque unos ojos son de agua
y otros de piedra.
Asoma la claridad sobre la torre
como un latido de vida,
aún reverbera la plata de esta luna
que se esconde de ti.
Muy lejos
presiento la canción de los trópicos,
la serenidad de la tierra ennegrecida,
el calor suave que se desnuda
en mis manos.
Tal vez exista un destino
que me arrastre hacia la luz,
quizá la pasión sea dulce
como un fruto abierto.
Lo sabré pronto
cuando parta con las alforjas de la memoria vacías
y el corazón
núbil.
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