domingo, 13 de diciembre de 2015

Las coincidencias no construyen destinos

Hay una simpleza en las cosas que desconozco.
Lo escrito ya estaba escrito aunque te empeñes en
imaginar un sol en los renglones perfectos de tu
caligrafía. Una vez descubrí un poema en las hojas
de un calendario, otra vez el azar alzó su mano para
rozar mi mejilla con el calor de un encuentro. Si, son
cosas simples, como la extraña coincidencia de cruzarnos
en las mismas calles, o la locura de asomarse a un cristal
y ver la figura que ya viste ayer y que también verás mañana.
Al final son los posos de la costumbre los que invocan la noche
-tu pórtico amable, tu salón que no miente, tu dormitorio blanco
-sin que intervenga la voluntad, ni la negación ni tampoco el
insomnio perpetuo. Seguramente, tras la bondad de las infinitas
neuronas un espejo dibuje el alma congénita que acompañe
a la luz y sea misterio, instante por explorar bajo la urgencia
de abril. Y es que triunfa el eco y no la mirada en la huella,
y es que las serpientes no encuentran madurez en el rostro
pasivo de la prontitud. Pasan las imágenes igual que fotogramas
perdidos, y yo no sé porqué el recuerdo quiere encontrar la flor
en la luz si otras manos eligen la somnolencia del arbitrio,
la candidez intacta del olvido.





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