sábado, 12 de diciembre de 2015

Casa de campo

Tal vez los geranios sigan desordenados.

O la forja se haya cubierto de óxido.

Son tres los pasos que me llevan a la frialdad,
el de mañana, el de ayer,
el que ahora
-aquí-
nombro.

Diré: la casa o la cicatriz de las telarañas,
diré la húmeda
caricia
de
la
muerte.

Diré los retratos y la añoranza
de
los
objetos
caídos.

Es tan simple la memoria,
tan luminoso el arpegio de las noches silenciosas,
tan cándido el madurar de los árboles en la luz.

Allí
en los osarios de mi niñez,
en la simpleza de los campos abiertos,
en el corazón que espía el manar de un río,
los pájaros sueñan
nidos
azules.

Mi nostalgia es un balón prohibido,
el rumor de las hojas cuando los castaños gimen,
las aguas que pasan como un hilo breve
en el rumor de este cálido agosto
que gira tras las ondas de un eco de libertad
que oculta insomne
el vacío de un abismo interior.

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