Ay!, es la noche quien te cubre con su tul de alcanfor.
Desnúdate como si velaras la luz con el deseo de los gamos,
aleve la testuz, perseverante razón del agrio ardid.
No hables porque la luna se pliega en tu boca, y dejará
de brillar el suspiro si los labios despegan su sello de amor,
su rojez de fruto impuro. Acércate como la felina sombra
que huye del espejo, rodéame con los senos alzados
y el virgo joven, ausente. Ya mi piel pide el clamor
de los cuerpos, suda el álgebra de las curvas amantes,
se erige en tótem la masculinidad como un árbol entregado
al sol de un placer sin huella en el tiempo, sin envergadura
en el espacio. No te eleves, pósate sobre mis ingles en flor
con la abierta herida de la especie llamando al edén.
El episodio que nace es un faro donde trasluce la cópula febril,
este es el momento en que la razón de la vida nos muestra un falso
reposo en la extraña coincidencia de poseerse, y otra vez, poseerse.
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