jueves, 28 de abril de 2022

El tiempo frágil de las golondrinas

 

Colocaste en la voz de los trenes tu imán de nenúfar,
tu rostro de virginidad azul. Yo moría sin querer, conocí
el teatro de la piedra con sus vocabularios insomnes,
supe del jacinto que brotaba en la columna como un guardián
de sí mismo. Me vi muy joven, tan joven que la ternura era
un sayo sin ornamento, triste, igual que un ósculo perdido
en la infinitud del aire. Todos los días cabalgué el misterio,
tú el ardor de la bienvenida y el cofre por descubrir
en los ojos que preguntan por la voz de un lobo exhausto...
La ciudad se desdoblaba, vestía el gris del invierno,
la lluvia cubría con su latido el corazón de las almas dulces,
yo sabía que la casualidad es un animal perverso,
sabía que entre las calles de la noche hay lunas de amor,
un álgebra de ensueños, la latitud donde las sombras
se vierten y estalla el fósforo febril de lo imprevisto.
Ya no hay trenes de vuelta, solo un rumor de pasos
en el otoño de la vida. Nos queda el tiempo frágil
de las golondrinas, el viaje intacto de la costumbre,
faroles que murieron imberbes sin la espuma del resplandor
y esas palabras que nos dijimos en la hora penúltima de no vernos.

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