sábado, 23 de abril de 2022

El viaje por dentro, el viaje por fuera

 

Oigo las voces que dicen adiós,
voces que forman un eco, una resonancia,
un coro de ruidos sin edad.

Destruir el tiempo con mi tez muda,
enfundado en relojes azules,
joven como un tallo o un hilo que busca su en ramaje,
un esqueje de almas, un torpe confín donde mueran
las incómodas arañas de la quietud.

Y viajo, por dentro de mí
-la esperanza es solitaria y no cruje como un mapamundi roto-.
navego,
surco,
piso las sombras con un latir de árboles y metáforas,
elegí el viento de ojos tristes
¡era tu mirada un cofre de cristal!,
mi lágrima de jueves pedía un oasis de amor,
vivía , tal vez, en el farol de una fiesta,
con reflejos opalinos en los vasos
y un olor a muérdago en las axilas.

Pero yo huía de mi nombre, el tren
-aquel que soñé-
viajaba desde el mar a la colina,
desde la largura del talle hasta el ombligo crepuscular
donde las sueños se visten de alfombras voladoras
y no hay refugio ni ardid, solo un agruparse entre la niebla,
solo los ejércitos que convergen esperando un signo amable,
sin deuda, sin dolor, como isobaras abiertas al mercurio de la ciudad.

Que penetre en mí el músculo de la vida, la historia, el crisol, la mixtura,
el hambre, el equinoccio y los planetas desconocidos, la redondez de un eclipse,
el perfil náufrago del sexo coital, la boca que no habla,
no murmura, no cuestiona el delirio.

Así veo a la metrópoli, hundida como un cántaro
en mi lengua de primate, palomas que viven en las plazas solitarias,
arracimadas en su cuna de asfalto,
mi sol de invierno, mi máscara con la cual obro, con la cual escribo,
con la cual dibujo la palidez de mi noche.

Ahora la gran ciudad se parece a nosotros
que no dejamos de escondernos,
pues somos suburbio y no platea de luz
en el hostil corazón de la urbe.

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