Has perdido la luna, la luz blanca. Al hablar enmudeces
como un pájaro sin cielo. Esa mirada envejecida que se diluye
en horizontes proscritos, la palidez del labio, transparente
como cristal de urna, las cejas entrecruzadas de fruncir
la noche, de no verte en los espejos. Y un aullido sin alas,
una flor en el desierto umbrío de la jungla pétrea, la barca
entre la niebla junto al lago de la vida, y tu voz de meteoro,
enronquecida por el hastío, la afonía, el lupanar de las sombras,
la caída gris de la lluvia, gris de acero lánguido, gris inhóspito
de álgebras que no sabes leer, tan sola tú bajo las sábanas,
el pastillero casi vacío, la deriva incontinente de tus omoplatos
como naves espaciales en una constelación de azufre, de mercurio
abrasivo la luz, de siderurgia terrible en los ojos que no ven confín,
de manos cóncavas que toman la pluma en danza sobre el papel
virginal, con tu ortografía de corazón inútil, con tu derrota
sin párpados, con tu silencio de finitud que late, palpita,
igual que un río conocedor de su suerte, el seguro adiós.
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