Verte, en el carmesí del algodón,
latiendo febril como un astro en la penumbra.
Sólida raíz de un pretérito que nos llama,
con himnos de niebla,
con ojeras azules,
con vientres que se unen
como cuentas de un collar inválido.
Verte, detrás de los candiles apagados,
eternamente, igual que tótems al trasluz de un ejército de sombras.
Verte, cuando juegas al escondite en un palacio de cristal,
cuando ya no imaginas tus alas,
porque has dejado de ser pájaro
y ya no te importan,
ni el viento
ni el horizonte,
ni ese olvido que acompaña, siempre, al nómada.
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