domingo, 13 de marzo de 2022

Un segundo de ti

 

El gris es un infinitivo entre la niebla,

pájaros líquidos en un cielo de esponjas invertidas

-como en un cenotafio de agua pura que goteara su sed

 bajo el fulgor de la noche-.

 

Llegas, puntual como un espejo, cuando mi sombra retrasa su ausencia,

carne que levita sobre los ventanales grises, las piernas, dos tallos,

agujas encendidas que coronan al viento sur

que, levemente, traspasa tu piel.

 

Yo, espectador nocturno, desconozco los artificios

que tu cintura eleva sobre el río de la gente

que pasa, pasa, en un magma de alientos,

en un calor de bocas univocas

por la calle central de una ciudad sin aceras.

 

Del roce huyes como un palomo recién nacido,

tímida, huidiza, intentas volar, intentas hablar

y, tan solo imaginas, un idioma en las nubes

de sintaxis azul.

 

¿Cuál es el color de tus ojos, si hay algas detrás,

o un mar sin brillo, o besos que la tierra lanza al iris,

sembrado de raíz y pétalos caídos?

 

Las voces del frío me confunden, y es que, en los intersticios,

oigo tus pensamientos, como la bruja oye el latido de la nieve,

en qué vestido naufragas, por dónde  tus pechos que, bravíos,

interrogan al frenesí de los viandantes.

 

Tendrían que existir guirnaldas y farolillos,

un haz como fosforescente candil a tu paso,

un crisol que huyera contigo hacia lo oscuro,

un satélite virgen que acompañara a la elipse

por donde rotan tus pies sin alas,

el giro de tus caderas en el carmín de los equinoccios.

 

Ya ves que un segundo de ti equivale a la eternidad de mis sueños.

 

 

 

 

 

 

 


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