Una paloma
crece en el bies de tu mano,
un alambre
es tu esqueleto, dúctil,
insomne, como
el arlequín bajo el cenit de la luz.
Llevas en
los bolsillos un tren,
un tren de
hojas perennes que viaja al sur
igual que
una golondrina fugaz.
Compartimos
los ecos de la noche,
las gárgaras
del ardor entre palabras de humo.
Es verdad,
somos jóvenes y reímos bajo la lluvia,
sin querer
nos elevamos al desnudo
como un
cohete de invierno que iluminase las almas oscuras,
que arrojara
una lluvia de cometas sobre el silencio,
que ejerciera
su piafar de nube escandalosa
y llamara a
los corazones iguales,
a vivir, a estallar en la finitud del día.
Carnaval que
a todos envuelve,
la llamarada
de los cuerpos en un halo invencible de átomos diminutos,
de
caracolas de luz, de neón que se vierte en la negrura
como la
luciérnaga se entrega a su rama de oro ambiguo.
Ven al sol
que nunca amanece, porque está en tu iris y muere en él,
se esconde
para mí, estrella tímida de las constelaciones
que has
inventado, al mirarme, al romper el hielo de la palabra,
al arrojar
tus cadenas al pozo del desconocimiento.
Hermoso.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, amiga Amapola. Besos.
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