miércoles, 23 de marzo de 2022

La ciudad inventada

 

En los Olimpos de la luz se derrite un óvulo primigenio,

redondez clara, traslúcida quietud del magma umbilical.

 

Suda la núbil primavera en los jardines por nacer,

el cuervo blanco vigila entre la sombra la unción de los equinoccios,

la vida se vuelve vida al desdoblarse como en un juego de álgebras.

 

En el cardumen del tiempo este niño  aprende de la luz, la memoria,

de los himnos, el silencio, del sur, su querencia norte.

 

Ya lo sé mama: “pórtate bien, di que si a todo, intenta sobrevivir

en la corriente del río como una hoja sin raíz”.

 

Primero ser jauría- para ladrar, para morder en la médula,

para ser dios y matar el ángulo inverso de la costumbre-

después ladrón de besos en los sótanos, bajo la lluvia,

o en los arquitrabes sombríos del crepúsculo, un nido.

 

Calla el mar al verte, los cipreses son orondos, ahítos

de muerte, las golondrinas llevan en sus picos espejos,

porque ansían mostrar al mundo su locura.

 

Yo quiero vivir en una nube escarlata que atraviese el sol,

quiero ser un Peter Pan anciano, sin Wendy, ni Campanilla,

en este país de Nunca Jamás que ha estado aquí siempre,

quiero serpentinas en las estatuas y farolillos en los árboles,

automóviles  que den marcha atrás a los sueños, y rosas

de cristal que se conviertan en ojos de cuarzo.

 

Es curioso el enigma de la ciudad, la que vive en mí,

única, ausente, irreal como un delirio que puedo tocar

con mis índices sin patria, que puedo sostener entre mis labios,

como un ósculo que aprisionara la geometría de la luz.

 

¿Y ahora, dime, qué ciudad es esta, que ni yo mismo conozco?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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