Pensé en escribirte, pero no lo hice. Ahora escribo para mí,
pues soy tu yo ausente. Éramos jóvenes como dos preguntas
invisibles, de los trenes el sueño, de la arquitectura de las fachadas
un orden antiguo, de los cines un refugio multicolor, de vidas
sin cepos, de cósmicas arterias que encendían el músculo
de un lienzo albo. La mirada es un sortilegio sin voz, tus pasos
omnívoros trazan redes de hilos, arácnidas líneas donde pisa
mi ayer su raíz átona. Volverán, acaso, los ejércitos del amor
a diluir la nieve. Ah! Eras tú la ciudad roja, lo supe, al viajar
en tu enagua que, lentamente, se posó en los nudos de mi ardor,
grácil pájaro de seda que se ejercitaba en el vuelo como una brizna
elíptica que trazase ondas azules sobre las nubes grises del día.
Tú y los tobillos encendidos de la noche, ese misterio de hadas
cuando los espejos te buscan y un corro deletrea las sílabas
que fluyen por las esquinas del devenir. Teatros, la alameda
de mayo, el cantor de jazz en tus labios, el cabello con tez
de trigo, un perfil donde el sol es un eclipse de luna; y esa
sensación de que a ti nada te importa, ni a mí tampoco.
sábado, 26 de marzo de 2022
Palabras para una carta sin remite
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