martes, 1 de marzo de 2022

Buscando un lugar donde vivir

 

Nos cosieron a dos alas color púrpura,
de un rojo febril, incandescente.

Tú volabas a ras de suelo
como un murciélago tullido,
yo escapaba de las chimeneas,
me tendía, exánime, en los tejados
-aquel humus de niebla viscosa, cubriéndome-.

Juntas las manos, tan llenas de fiebre,
-el amor es un niño que abre los ojos al contacto del deseo-
¿notabas esa chispa de luna en mi voz
o el murmullo de la caracola, su canción?

Tú ya sabías que los faroles son burbujas de un sol imaginado,
el mar, gris perla, nacía en tu espalda,
la aurora destruía el blanco de los cisnes,
la dulzura del ave escondida en la prisión del arrabal.

En los recuerdos viven las cometas que no izamos
-sabedores de que el viento ignora la voluntad,
naufraga siempre en el orden de los giros,
altera la magia del plástico y sus cabriolas azules-.

Al principio solo existía la música de los bares,
los rincones se encendían como habitados por luciérnagas,
la luz refulgía en tu perfil curvilíneo,
las mariposas rondaban tu tez con un beso de arco iris en las alas.

¿Y si llueve, dónde la desnudez?,
¿y si el oráculo dijo islas blancas,
cardumen ciego, agonía de los estambres,
mineral ocre en la piedra carmesí, en qué lugar vivir?

Conocimos a los cíclopes del lánguido sur,
eran gentes adormecidas por el canto de los delfines,
pero nosotros huíamos hacia los montes oscuros y las rías como falanges,
hacia los alberos de desvaídas estatuas,
hacia las plazas sin el dios ecuestre de los invictos.

Tan solo buscábamos un hogar de árboles calmos,
sin jauría, una casa sin pilares ni dinteles,
ni zócalos, ni paredes desportilladas,
un bosque escondido en la urdimbre hexagonal de las colmenas,
un ataúd que se pareciera a los oasis de África,
un lago
donde
nadar
eternamente.

La vida es tan frágil como el esqueje de una flor,
la vida es un canal que, poco a poco se estrecha,
hasta extinguirse, hasta el olvido.

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