miércoles, 9 de marzo de 2022

El aguacero

 

Silba, silba, silba, la caléndula.

 

Qué racimo de agua llora,

así la lágrima en la escarpia del ventanal.

 

Óxido en la raíz del farol, callan los búhos,

la madrugada se extiende como un altiplano negro,

mi voz muda tararea la caída de las hojas,

el músculo de la lluvia golpea la testuz de los árboles,

abriles umbrosos exclaman: ¡yo soy  el silencio de la primavera!

cuando se yerguen hacia el cielo invicto las nubes,

cuando ya no se doblan como agujas desinfladas,

como espigas de hilos verdes, como pábilos de vela

que titilan bajo la llama- esta cósmica lluvia guarda

en su latir relámpagos de espuma-, solidarios

los tejados ocres brillan en la oscuridad,

son resto de naufragio o islas antiguas,

geométricas como esclusas de canal.

 

Arrecia el suave grito de los cúmulos, cántico insomne,

secreción que destila su semen de líquida arrogancia.

 

Ah! qué pátina me va calando, qué capa de aliento húmedo,

qué atroz el lirio que crece tras la lluvia en mis hombros sin tierra.

 

Son mis botas esquifes que navegan los espejos de una laguna,

¿sobre qué cristal de fantasía camino, agitando mis alas?,

¿por qué no me hundo en la piel, sin dureza, de los charcos?

 

No aprendí a desnudarme, aunque las lágrimas de los ángeles me llamaran,

por eso soy sequedad y aullido, soy polvo de arena a cubierto

de los ríos celestes, de las borrascas y el restañar de las tormentas,

soy el tallo que oculta al alacrán en el oasis que abriga la luz,

la flor que se mantiene intacta bajo la locura de este aguacero

que no cesa,

que no cesa,

que no cesa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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