En qué estación vive la memoria.
Invierno de ropajes y casas vacías,
de abrigos baratos y un solo color-el gris-
en los besos.
Abrazados la bruma recoge nubes de humo,
cigarrillos en las bocas, la escarcha deja hielo blanco en las noches.
Si hay una flor en tu vestido se encienden los jardines de las islas,
regresan los pájaros del silencio
para hablarte de lagunas que son espejos sin voz,
de campanarios rotos bajo un sol de hilos azules,
es la primavera que canta.
Al fin los cuerpos roban a las playas su inmaculada pureza
de fotos bravías, de mares sin paz,
porque la piel entiende el sudor de la arena
y la luz tranquiliza la raíz del tiempo
y se oye la alegría de los niños al sentir las olas del futuro,
será que llegó el verano
con las alas del deseo desplegadas en los bares.
Te pones triste cuando la lluvia arroja
sus lágrimas de noviembre en el cristal,
los álamos ya no escuchan la canción del río,
la niebla es un anuncio
de trazos invisibles que algún día dibujaremos
-tú me dices que, de nuevo, está aquí el otoño-.
A todas las estaciones vuelve mi memoria
como un corazón que no cesa de palpitar
dentro de su círculo interminable;
un círculo que también es el tuyo
cuando, por fin reconoces,
la similitud de nuestras vidas paralelas.
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