Ondulan los rizos hasta el yugo exacto de la liga.
Carne o piel lívida, transparencia en hilos, el mentón
alzado al orgullo y la tiniebla, la boca sin color
como un seno naciente, perfil que huye de los espejos frágiles,
sienes que fueron mapas en la singladura de la noche.
Vaporoso el vestido que recibe el aire dulce de agosto,
hay buitres en ti que se posan en el corazón del miedo
y te interrogan, te susurran paraísos en las pestañas,
islas que solo podrás ver si son reflejos que escapan al olvido.
Si bailas, acampanando los pliegues al borbotear de los muslos,
si los pies silban como pájaros ciegos ante la música,
si te roza el mar hasta el atlante busto de las rodillas,
si la Pamela se escarcha en el castaño desliz de tu pelo
cuando surgen los idilios de la flor en la frente surcada
y el cuello es un ángel sin anatomía, los hombros pedestales
donde la lluvia finge, las caderas el jardín de las incógnitas,
el desliz de tu mano izquierda en la lisura redonda del músculo.
Imagen que transmuta en imagen, sol limpio en la desnudez del pecho,
vientre o cristal donde se mira mi ardor, alfil que danza
como un arlequín en la ceniza, majestad de las piernas,
cadencia sin ardides junto al candil que ilumina tu voz.
Y ojos como algas, ausentes de su don, labios que invocan
la humedad de los ríos vespertinos al morir tu faz y revivir el día.
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