sábado, 18 de enero de 2020

Géminis

Bajar por las telarañas de la vida hacia una placenta de luz.

Allí, el césped alto de un jardín hospitalario,
la gracia y la nieve, los soliloquios del padre,
el suburbio de hojas blancas de la madre
y un caleidoscopio donde el futuro camina
como un ángel que viste una verdad ignota.

Y patios y clínicas, la cara rubia de una filigrana,
la cicatriz de la duda que, insólita muestra,
el verdor azul de un sueño.

Ayer llovían niños como ríos de infinitud
y un reloj se negaba a proclamar su ángulo atroz,
infancia de cohetes lunares
bajo los adoquines de una rayuela.

Así el círculo del balón y el desafío de los esqueletos sin mañana,
antes del arrobo del aire,
después de la química de una caricia maternal,
Olimpo virgen donde la luz es un pastel infinito
que, infinitamente lame, el hoy en fuga.

Ojos de juventud que eligen el azar de los mapas,
vampiros sin sangre en la osamenta amada
de la niña torpe que, increíblemente dice,
que tú eres un rayo, una quimera, el sol en la duna,
un arco iris perfecto.

Todavía llueve,
a pesar de los años que han vertido sequedad y memoria,
todavía hay sortilegios que imploran cantos sin voz
en los jardines.

Si te arrimas al espejo de la sinrazón verás sus lianas como látigos de un cristal estéril.

Escribo sobre el papel desnudo de las horas vencidas,
aunque sé que en algún lugar una raíz resiste,
un árbol cuyas ramas son las venas de un cuerpo
que luce en su piel el horóscopo sin zodiaco
que un día fui.

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