Aproxima tu oído adonde se escuchan los caballos grises,
dejaré rosas en los círculos polares que llegan a tu corazón,
escogeré para ti la nube que viaja con látigos de fuego,
mis lágrimas que te buscan para urdir una vida adolescente.
Y dirás que tus labios ya son grietas,
la costumbre un sinsabor que llora,
la piel un argumento contra los guiños de la lujuria
y las hojas verdes del verano.
Créeme, aún no es el tiempo de las rodillas dobladas.
Hoy, en el calor de las habitaciones,
se grita la oración simple de los dormitorios encendidos,
el crepitar del alba mirándonos como los árboles se miran antes de la luz,
en la comisura de la noche.
Y vendrás, y yo seré el párpado que no se alza,
el sol que muere en tus heridas, la mudez que acompaña al surco
que tu sexo va dejando en mi memoria.
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