Allí duermen los rayos del mediodía
y las voces infantiles de los juegos.
Una multitud de fotografías fija la memoria
en los hilos del tiempo, mientras un rumor
de paredes se acuesta cada noche
con una dulce oración entre los labios.
El teléfono crepita como una campana vieja
o un cadáver que resucitara con un melancólico
ring-ring de despedida. Son las cosas un episodio de luz,
el reloj inglés descubre la porcelana de su rostro,
los muebles ya no me hablan, en el cristal de las puertas
se adivina el futuro. Y yo que soy de carne
las guardo a todas en mis sueños.
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