Aún gritaban las iguanas del paraíso
y un sahumerio de cactus bendecía mi nombre.
Lo verde y la humedad infantil tras los vidrios,
otra piel, ya reseca, heredó un río sin orillas,
el maná perpetuo de los afectos.
La luna sigue en pie, es un astro voraz,
redondo como un lunar de plata .
Al salir las mariposas son dobles,
resucita el agua en la cruz de los tejados
y los barbudos equilibristas dejan miasmas
en los invisibles espejos de las calles.
Yo vivo mi desnudez,
en mi compañía tu desnudez
con nalgas azules y pechos infinitos,
y, también, un licor de palabras
que un día comprendí falaces
bajo el alar de las tres y quince,
cuando la lluvia formaba un reflejo de manantial en los ojos
y el humo era hospitalario
como un despertar de orquídeas en la nieve.
Así, con las aristas de la estatua y las películas sin desliz,
con el automóvil que nos llevó hasta las olas y los ríos,
en castillos y puentes donde anidan pájaros de hierro,
en jardines alados, limoneros, hojas secas, arbustos,
flores hermafroditas, fotografías de ti
bajo un balcón sin rosal.
Y el ayer que es un cementerio de heridas;
pero nos basta el cántico de la noche
cuando el alcohol anuncia un dragón celeste
y en tu perfil el maquillaje del cristal refulge sin color
ni aullidos.
Me olvidarás con las últimas hogueras de la locura.
Y si tu voz retorna y me trae el amor danzante
encontraremos juntos
en la ceniza de la luz
los episodios de los días con su tenaz elipse;
y al fin volverán los pájaros de noviembre
con tesoros en las alas
y un perdón que nos acoja bajo el calor de sus nidos.
Me encantó.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Amapola. Besos.
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