Tu oscuridad, madre, da sombra.
Eras rostro en la belleza de una fotografía sin lugar.
Tu voz de relámpago, el carmín fulgente en la risa,
el encendido color del estío,
entallado luce entre los pinos.
La caricia de Ángel abraza tu pelo azabache como postura
en un campo de viandas y mediodía,
de domingo y voces alegres.
En la casa miras siempre al sur,
quizá un Ícaro sin alas sea el robusto árbol donde vive tu paz,
quizá el reloj que ya no entiendes
descubra en ti el mercurio de un hogar,
la esfinge que se refugia en tus mejillas.
Siempre hay una razón que se dibuja en las ventanas.
Allí la claridad guarda un nombre, que no es el tuyo,
madre mía.
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